No existe consenso en cuanto a la definición exacta de una dieta baja en hidratos de carbono, con datos reportados en los estudios que varían desde los 150 hasta los 20 gramos de hidratos de carbono por día. Por otro lado, la ingesta de hidratos se ha intentado cuantificar también mediante el porcentaje de las kilocalorías de ingesta diarias, porcentajes que han variado entre el 15% y el 5% en diversos estudios.
La ciencia detrás de las dietas bajas en hidratos de carbono establece que reduciendo la ingesta de hidratos se conseguirá reducir la frecuencia e intensidad de las hiperglucemias, controlando así la secreción de insulina y evitando por consiguiente el almacenamiento de grasa en el organismo.
Se ha establecido que un consumo reducido de hidratos de carbono tiene un impacto positivo en los picos de insulina y la cuantificación de triglicéridos al compararlos con intervenciones dietéticas estándar.
Algunas de las otras ventajas sustanciales de este tipo de dietas son la facilidad para la adherencia dado su carácter “ad libitum”, es decir, sin límite de ingesta, lo que facilita enormemente la adhesión dada la posibilidad de comer las cantidades que el sujeto desee sin preocuparse por el conteo calórico. Por otro lado, el carácter de los alimentos consumidos, con un alto poder saciante, permite regular la cantidad en la ingesta de una manera automatizada.
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Los autores
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